Las diminutas cabecitas de las minúsculas están tan vacías
de cualquier asomo de idea, que las pequeñas siempre acaban cometiendo las más
absurdas incoherencias, atrapadas (o abducidas) por mensajes persuasivos de
cualquier índole.
Así, por ejemplo, aunque ellas ya no celebren la Navidad, las minúsculas se pasan las fiestas canturreando los pegadizos villancicos que
suenan por doquier. Lo hacen en contra de su voluntad, las muy bobas: pese a
sus inmensos esfuerzos y pese a apretar los labios con decisión en cuanto son conscientes, al menor descuido ya están tarareando de nuevo.
Con semejante incoherencia no hay quien las tome en serio, ropopompom.