Las mayúsculas no tienen tiempo y así lo afirman a cada dos frases. Se lo cuentan las unas a las otras, ahora quejándose, ahora compitiendo por demostrar que tienen menos tiempo todavía que la interlocutora*, ahora asintiendo solidaria junto a otras mayúsculas en igual situación.
En cambio las minúsculas no entienden las sutilezas del lenguaje, como ya sabemos.
-¿Y quién tiene tiempo? -preguntará alguna tontamente.
- El tiempo no se tiene -contestará otra todavía más boba- se disfruta o se malgasta, pero no se tiene. Nadie lo tiene.
- Yo tengo veinticuatro horas al día -dirá alguna, más espabilada en cuanto a matices semánticos-. Y con éstas me arreglo como mejor puedo.
Y luego siempre aparece alguna graciosilla:
- Yo no tengo ni un minuto, ni uno -dirá volviéndose los bolsillos del revés.
Y así, muertas de risa, concluirán la conversación sin haberse percatado siquiera de que las mayúsculas hablan de algo muy diferente. Pero claro, las pequeñas no tienen la capacidad de comprender los grandes conceptos.
*Cuanto menos tiempo tienen, más importantes se vuelven en las jerarquías. Pero cabe resaltar que el tiempo es el único bien sobre el que se compite en mostrar tener menos que nadie; en cuanto a otros bienes, la competición es justamente contraria.