
Pese a que todas las letras nacen minúsculas, allá por el tercer párrafo de sus vidas algunas empiezan a sentir deseos de ser mayúsculas, convencidas cómo están de que ellas poseen el secreto de la felicidad.
No siempre es fácil lograr la transformación, de hecho las minúsculas nacidas en libros de bolsillo, en ediciones rústicas... lo tienen francamente difícil. De ahí que muchas de ellas hagan (o sueñen con hacer) un pacto
con el diablo... ejem... un pacto: por el módico precio de la intimidad y la dignidad, cualquier minúscula se puede convertir en mayúscula de la noche a la mañana, siempre y cuando supere el casting (creo que hay que tener mal carácter, mala educación y muchas miserias que ocultar... o al menos aparentar tener todo esto).
Años y libros después, la minúscula vuelve a ser lo que era, un poco más vapuleada tal vez.